7 jun 2012

John Cheever (Quincy, Massachussets 1912 - 1982)


John Cheever 
Un relato corto ejemplar: Clancy en la torre de Babel

La vida es un puzle por completar. Unas veces encajamos sus piezas con cuidado, otras según llegan, al desgaire, y así vamos cubriendo el tablero de nuestros días. Morir no es poner la última pieza. Es estar harto de acoplarlas o andar mordiéndose los puños por falta de tiempo para añadir aquellas que creemos imprescindibles.

En Clancy en la torre de Babel John Cheever presenta a James Clancy, un emigrante irlandés llegado a América veinte años atrás, a quien muchas de las piezas que conforman el puzle de su nueva vida como ascensorista, no le encajan bien. Como luego ocurrirá a menudo en los personajes de Raymond Carver (el mejor epígono de Cheever), Clancy se mueve en un ambiente de escasez material. Tras perder su puesto en la fábrica donde trabajaba, ha de ganarse el sustento con un empleo de ascensorista. Cheever se vale de una prosa enjuta, libre de ornamentos, limpia, para permitir al lector mirar por encima de la espalda de Clancy, como si este fuera un pirata y nosotros el papagayo que observa sus movimientos desde su hombro. No obstante, pronto podemos establecer que este hombre sencillo no tiene nada de pirata y sí unas ideas fijas sobre qué es correcto y qué no. Clancy se desenvuelve en la gran ciudad con un pie en su mundo suburbial y otro en el del edificio donde trabaja, en el que vive gente de costumbres relajadas. Los vecinos a los que acompaña en sus subidas y bajadas son gente extraña para él, pero se va habituando a ellos y, aunque le cueste esfuerzo, encaja las impresiones que estos le causan como piezas nuevas en su puzle vital. Tras una etapa inicial de desconcierto, Clancy aprende a componer con estas piezas la imagen de un mapa afectivo. En él destaca, Mr. Rowantree, su vecino preferido. Hasta que este deja de serlo cuando comienza a comportarse de manera completamente inadecuada, amenazando con su conducta la estabilidad del puzle mental que Clancy ya se dibujaba en su cabeza. Cheever se acerca a su personaje con sencillez narrativa, ubicando al lector en ese punto indefinido del cerebro de su protagonista, donde se cocinan las pasiones y burbujea el carácter de un hombre que pudiera haber salido también de la pluma de Joseph Roth. En las quince páginas que abarca esta historia, Cheever nos adentra en la ciencia que estudia la irregular geometría de la vida, plagada de contradicciones, y en cómo un relato puede terminar con un final tan abierto que es capaz de hacernos pensar que es cerrado, que está terminado, como un puzle bien acabado. Es para enmarcarlo.

©Mikel Aboitiz

1 comentario: